La narración oral existe desde tiempos inmemoriales. En los albores de la humanidad el chamán se convertía en cuentero para explicar con palabras y sonidos las vibraciones del más allá. Probablemente los primeros pobladores de la tierra fueron inventando el lenguaje llevados por la necesidad de contar lo que habían vivido y sentido en sus cacerías, en el encuentro con los dinosaurios.
Imagino la imagen en la cueva con la hoguera encendida y un homo sapiens con una magia especial haciendo vivo con su expresión corporal y oral lo que ha visto más allá de los confines de su universo conocido.
En la Maratón de Cuentos de Guadalajara fuí invitado para participar en la sección de narradores inauditos y tuve la suerte de escuchar a los narradores sudafricanos, algunos hablaban en el dialecto de su región. Aunque no entendía nada de lo que decían sentía lo que transmitían porque un buen narrador oral tiene el poder de transmitir emociones más allá de lo que cuenta.
Esta experiencia me hizo reflexionar sobre el vínculo que un narrador tiene con el otro lado de las cosas, lo que no vemos pero está. Me di cuenta que para los africanos contar historias no es un acción de entrenamiento, es un ritual de conexión con nuestros ancestros, con nuestra memoria atávica, con ese mundo espiritual que guía nuestra existencia.
Africa tiene mucho que enseñarnos a los que nos dedicamos a hilvanar tramas, sobre todo a darle un sentido más profundo a lo que hacemos, puesto que el cuento sana, el cuento te transforma, y sobre todo el cuento da sentido a nuestro pisar en esta tierra.
África cuenta, cuenta África…