La semana pasada junto con Alexander y Susana (dos payasos de altura) tuve la suerte de actuar dentro de los autobuses urbanos de Cartagena, dentro del Festival de Artes emergentes «MUCHO MAS MAYO», la experiencia reveló que el arte teatral puede llevarse donde quiera haya un público independientemente de que las condiciones nos sean las que «a priori» se pensaron para el hecho escénico.
Cuando subimos al autobús con las extrafalarias pintas de el «mauvais goût» que Jacques Lecoq nos enseñaba en Paris, es decir vestirse «con mal gusto» pero con mucho cariño y defendiendo tu indumentaria con elegancia y dignidad, pues bien cuando subimos al autobús y sentimos las miradas clavadas en nosotros no tuvimos más remedios que exprimir nuestros personajes y sacar a flote nuestra vulnerabilidad, compartir nuestro rídiculo, nuestra indefesión, nuestra congoja, nuestro anhelo, nuestra pequeña revolución contra un mundo al que le interesa que nadie se muestre tal cual es, y que uniformiza, globaliza y nos adocena frente a las pantallas, (malditas pantallas que están acabando con el cara a cara).
La experiencia nos dijo que es necesaria, que alegrar un trayecto urbano en autobús, despertar una sonrisa es casi un servicio social, una necesidad imperante ante la tiranía de la vida gris, la que se han empeñado en que llevemos los poderes fácticos. Para tenernos alienados y manipulados.
El ver bailar a medio autobus un «vals polonés» que surgía como bálsamo del acordeón, el sentir que la luz se hacía en las miradas de los que habían convertido su viaje monótomo en una aventura hacía «ninguna parte», todo eso mereció la pena para darnos a entender que es posible «la vida», es posible el «encuentro entre seres sin pantallas», es posible «el juego», es posible reinventar la manera, la forma y el lugar donde hacer teatro.
Soñe con un autobús que me llevaba al paraíso y se hizo realidad…