miguel angel montilla

policias cuenta cuentos

México es un país mágico.

Durante los tres meses que habité en Monterrey, sentí en la piel la efervescencia de su ambiente. Un brillo particular en las miradas, un anhelo por apurar la vida con trago alegre. En sus cantinas, se baila, se canta y se bebe. No hay hora para irse, se produce una comunión mágica entre la gente, una complicidad que no conoce la prisa y que aboga por el vivir el momento presente como el último de tu vida.

No es de extrañar pues que en México a los policías los estén formando como narradores orales para habilitares de técnicas de comunicación que les permitan empatizar mejor con los ciudadanos.

Las veces que me han puesto una multa por aparcar indebidamente, la cosa se hubiera suavizado bastante si un policía me contara la historia de como se hunde Venecia, o la conexión de los incas con el sol, o algún giño de la divina comedia de Dante. 

Tenemos la capacidad de convertir este mundo en un paraíso y no lo sabemos, vivimos anclados a la información que nos mandan los que quieren que esto siga siendo un infierno. 

En esta noche de lunes laboral después de haber trabajado en la escuela a la que acude mi padre y motivarles a que «nos cuenten sus historias», me doy cuenta de que la palabra puede «salvarnos» del abandono, de la desidia, del olvido, del adoctrinamiento masivo.

Brindo con un tequila por todos mis recuerdos mexicanos que me hacen ponerme la piel de gallina y que me empujan a seguir narrando, mientras aliento quede de mi calavera.

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