20100112232954-hoguera-bidon1.jpgDe niño en la hoguera de San Antón, los vecinos quemaban aquello que por viejo, feo o triste iban acomulando en su casa. Una silla rota, la fotos de tu enemigo, las cartas de una amante prohibida. Cada uno se acercaba a la pira y iba dejando lo que quería quemar. Se construian verdaderas arquitecturas urbanas con objetos que esa noche arderían complaciendo el deseo de despojo de los vecinos. Esa noche todo el mundo tenía algo que celebrar y cuando veías arder la mecedora rota de la bisuabuela, o el sofa medio devorado por las ratas, saltabas de alegría como un poseso. LA gente cantaba hasta el amanecer, y las parejas copulaban liberados de la carga de objetos que los sometían.

Un día prohibieron quemar nuestras miserias y nos obligaron a llevarlas a vertederos que hacen negocio con nuestros recuerdos.

La fiesta de SAn Antón perdió su ritual pirómano, ya no hay emoción. Nadie baila, nadie canta, nadie llora.

En mi casa he preparado un bidón con mis objetos. Un peine sin puas, una silla con 5 patas, un edredón nordico de segunda mano manchado de flujos, una foto de cuando iba a los salesianos, unas bragas que me arrojó una prostituta en el Bois de Boulogne, un litro de Baron Dandy, balas, mi título de Arte dramático, una postal de una novia que me engaño con mi mejor amigo, una mierda de perro seca, dos kilos de mirahuano, el pelo de mi cabeza afeitada. 

Quiero purgarme convertirme con lo que me falta, ser parte de algo más que de mi mismo.

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miguel angel montilla
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