Se llama Augusto, lo conocí en el aeropuerto. Está jubilao, «terminé de trabajar y nadie cuenta conmigo», «soy un estorbo».
Su afición es ir al aeropuerto hacerse pasar por viajero con la intención de que un chico joven lo cachée. Confiesa que a pesar de los guantes de latex él se siente feliz de que alguien lo toque, ya que hace años que nadie le pone la mano encima.
Cuando me lo dijo me quiete la camiseta y unimos nuestros torsos, lloró sobre mi pecho, nos despedimos como dos naufragos con una ráfaga de esperanza.
He puesto la radio en el coche mientras regreso. En la sección de obituarios, anuncian la muerte de Augusto al tratar de cruzar una pista de aterrizaje. Llevaba una nota en el bolsillo, «Quien salva una vida, salva al mundo».