Hace dos semanas tuve la suerte de pisar junto a Rosana y Manuel una escuela que flota en las nubes, más tiene un ancla en la tierra, en la realidad. Entrar al espacio fue sumergirse en una ensoñación, pasan los días y todavía tengo en mi retina las imágenes del «placer de aprender», de «buscar por uno mismo», de «aprender a aprender».
Teresa, la fundadora nos llevo como volando por entre las salas donde los niños desde muy pequeños aprenden a ser autónomos y a desarrollar sus potencialidades al máximo nivel. Los niños son expresivos, practican la danza y están acostumbrados a realizar asambleas en las que deciden que proyectos van a abordar (con cabeza y co-razón). Los espacios invitan a las estudio, al trabajo en grupo.
Un niño asomado a una ventana estudiaba poesía japonesa, (haiku), otros realizan un proyecto de física cuántica, en un rincón otro niño de 10 años estudiaba a Platón, más allá un grupo se interesaba por el diseño gráfico, en concreto estaban estudiando los grafitis, una niña más mayorcita que nos decía que le encantaría ser maestra estaba enseñando leer a un niño más pequeño.
Brillo en la mirada de los niños, entusiasmo por lo que hacían y lo que más impresionó fue el clima de silencio y concentración que habita en el espacio.
Los profesores andaban atendiendo las demandas de los que tras investigar concienzudamente no terminan de ver luz a un problema a una hipótesis a una reflexión filosófica.
Me emocioné, confieso que me hubiera gustado ir a una escuela así, donde no se coarta la creatividad, donde se aliente tu capacidad, donde se escucha tu voz, tu movimiento, tu vida espiritual y tus deseos más profundos.
Esta escuela es el futuro y sin embargo se fundó hace casi medio siglo.
Bravo Teresa y su equipo por creer en que la utopía es posible…
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